lunes, 22 de marzo de 2010
FERNANDO BOTERO/PINTOR COLOMBIANO
Pintor, dibujante y escultor colombiano, en el que la monumentalidad, el humor, la ironía y la ingenuidad se combinan con un admirable dominio del oficio y gran talento. Nacido en Medellín en 1932, inicia su actividad artística en 1948 como ilustrador del periódico El Colombiano, al tiempo que participa en su primera exposición conjunta —Exposición de Pintores Antioqueños— Medellín 1948. Tres años más tarde se traslada a Bogotá y celebra su primera exposición individual (Mujer llorando, 1949). En 1952 viaja a España y sigue estudios en la Academia de San Fernando de Madrid, al tiempo que asiste al Museo del Prado donde estudia y copia la obra de Diego Velázquez y Francisco de Goya. Entre 1953 y 1955 viaja a Francia, Italia y estudia en Florencia pintura al fresco, tras su regreso en 1955, permanece un año en Bogotá (donde su obra no tuvo buena acogida), otro año en México (conoce a Rufino Tamayo y José Luis Cuevas) y en 1957 visita Estados Unidos. Allí celebra su primera exposición individual en la Pan-American Union de Washington. A los 26 años es nombrado profesor de pintura en la Escuela de Bellas Artes de la Universidad Nacional de Bogotá, en 1960 se instala en Nueva York y en 1973 fija su residencia definitivamente en París. En principio sus obras revelan cierta admiración por el muralismo mexicano y la pintura del renacimiento italiano (Partida, 1954), pero más tarde estas influencias van desapareciendo en favor de un personalísimo estilo, en el que las figuras engordan y se deforman hasta cubrir en buena parte el lienzo (Prelado, 1959), los cuadros de esos años denotan la influencia del surrealismo. La historia del arte (Autorretrato con Luis XIV visto por Rigaud, 1973), la vida burguesa (Escena familiar, 1969), la cultura colombiana (Baile en Colombia, 1980) y los personajes históricos (Luis XIV y María Antonieta en visita a Medellín, Colombia, 1990) constituyen a lo largo de su carrera las principales fuentes de inspiración, de una dilatada y variada producción en la que abundan paisajes, retratos y escenas costumbristas. Sus primeras pinturas muestran una pincelada suelta y concreta, pero poco a poco ésta se empasta, al tiempo que las perspectivas y las figuras se hacen arbitrarias en función de la importancia que tengan en la representación. Óleo, acuarela, pastel, sanguina o lápiz son manejados con gran destreza a lo largo de su obra. Botero emplea la gordura como base de una cariñosa burla para comentar ciertos aspectos de la vida
ARTESANIAS COLOMBIANAS/ MOCHILAS WAYUU
Según la tradición wayuu, desde tiempos inmemoriales las mujeres se dedican al tejido. Con sus manos no solo fabrican los chinchorros o hamacas donde mecen sus sueños, sino toda suerte de elementos que adornan su indumentaria.
El auge de las artesanías colombianas ha sacado a flote uno de los elementos más característicos de esta cultura: la mochila, utilizada generalmente por las mujeres, pero que con el pasar del tiempo se ha convertido en accesorio también para hombres.
Yelis Camargo, artesana de la casta Epiayú, cuenta que de generación en generación se ha transmitido la leyenda de que estas figuras las ideó una mujer desprovista de todo atractivo que llegó a una ranchería enamorada de un pastor.
Para conquistar su amor pidió posada y trabajo en ese lugar de la Alta Guajira, como ayudante en las labores de tejido de la familia.
Los primeros hilos de piel de oveja que recibió no fueron para tejer sino que se los comió, sin que nadie se diera cuenta.
En las noches, cuando todos dormían, la poca agraciada mujer se transformaba en una hermosa señorita, llamada Wareker, de cuya boca brotaban hilos especiales listos para tejer, de variados y vivos colores, y antes de despuntar el alba fabricaba centenares de mochilas con figuras de animales y los símbolos que distinguen las diferentes castas.
Aunque la mochila era usada solo por la etnia, ahora se ha universalizado.
Otra tejedora, Miriam Rodríguez Arpushana afirma que hace más de tres años se ha incrementado la venta. Diariamente llega a Riohacha desde la comunidad de Cucurumana y exhibe sus productores en la entrada de uno de los hoteles de la ciudad, siendo sus principales clientes los visitantes que llegan a vacacionar o hacer sus negocios.
Aunque la mochila ha sufrido variaciones que le han abierto mercado, el tejido y los modelos tradicionales son preferidos por turistas extranjeros.
Diseñadores locales, como Dallys Arguelles, afirman que las mochilas como otros artículos de la usanza wayuu cobran cada vez mayor vigencia en el Caribe y otras latitudes.
La historia de Wareker culmina al ser descubierta en la madrugada, mientras mágicamente tejía las mochilas. Así, se perpetuó en su comunidad como una mujer hermosa que terminó conquistando el corazón del pastor wayuu y enseñando, a cambio de collares y animales, los rudimentos del tejido autóctono, que hoy recorre el mundo
ARTESANIAS COLOMBIANAS/SOMBRERO VUELTIAO
El sombrero vueltiao, algunas veces conocido como sombrero zenú, es un sombrero típico de las sabanas costeñas de la Costa Caribe de Colombia, y la principal pieza de artesanía del país. Es una prenda que tiene su origen desde antes de la llegada de los europeos en la cultura indígena zenú, asentada en la región del río Sinú.
El sombrero vueltiao se elabora con características trenzas secas de color negro y caqui, obtenidas de las hojas de la caña flecha, palma endémica de las regiones tropicales de América. En la región se dan tres variedades de la gramínea: La criolla, que da una fibra blanca, flexible y de buena calidad, especial para elaborar las trenzas finas; la martinera, cuya fibra es quebradiza y de inferior calidad, empleada para fabricar sombreros ordinarios; y la costera, de regular calidad, poco cultivada en la zona.
Anteriormente, los sombreros se cosían a mano, con aguja e hilo de maguey. Era labor de hombres, actualmente lo hacen ambos sexos. Más tarde se empleó el hilo de bola. Hoy se cosen en máquinas de coser sencillas, con hilo de cartucho y de nailon.
Una vez se cortan las hojas de la caña flecha, se procede a rasparles las venas con cuchillo para obtener pencas lisas de aproximadamente 1 cm de ancho. Luego se cocinan para darles consistencia y elasticidad con cogollos de caña agria, naranja agria y limón. Las pencas se dejan un día al sol para que se sequen, proceso que dará como resultado pencas de color completamente blanco o algo pigmentadas.
Posteriormente, las pencas blancas se deshilachan en tiras más delgadas de 1 ó 2 mm de ancho. Para obtener las tiras negras, las pencas pigmentadas deben someterse a un proceso de tinte con una mezcla de barro negro y otros materiales como jagua, hoyeto y cáscaras de plátano. Todo el proceso, incluyendo el secado de las pencas, dura unos tres días. Al secar completamente, se procede a deshilachar las pencas.
ARTESANIAS COLOMBIANAS
RAQUIRA UN LUGAR PARA VISITAR:
Una de las actividades más representativas de la vida de los pueblos precolombinos fue la alfarería. En ollas, jarras y vasijas se guardaba el agua, el maíz y la sal; se fermentaba la chicha y se preparaban los alimentos.
Desde estos tiempos, las vasijas de arcilla y barro han adquirido no solamente un carácter útil en la vida de las sociedades que las elaboraban sino un cierto valor mágico, ya que la cerámica era y es considerada la unión de los cuatro elementos del universo: agua, aire, barro y fuego.
Los conquistadores españoles llegaron a Ráquira, que en lengua chibcha significaba Ciudad de las ollas, en el año 1537 y viendo la diversidad de utensilios elaborados en cerámica y una extraordinaria habilidad manual de los indígenas, le dieron el nombre de Pueblo de olleros.
Ráquira es, hoy en día, un pueblo cuyo cada metro cuadrado está cubierto de cerámica elaborada de forma tradicional por las manos de expertos que de los bojotes de arcilla moldean ollas, jarrones, marranitos y todo tipo de utensilios.
En la producción de cerámica de Ráquira se utilizan los siguientes tipos de arcilla: arcilla negra que contiene porcentajes considerables de carbón, arcilla blanca, arcilla amarilla y arcilla roja con óxido de hierro.
FOLKLORE COLOMBIANO/ Totó la Momposina
Su música combina elementos africanos e indígenas tal cual como sucedió durante la época de la colonización española en América. Los ritmos que nacieron de esa fusión fueron múltiples siendo los más representativos la gaita, la cumbia, el porro, la chalupa, el sexteto y el mapalé. Pertenece a la cuarta generación de una familia dedicada a la música, aprendió a bailar y cantar desde niña pues su padre era percusionista y su madre cantanté y bailarina. En 1964 junto a sus padres y hermanos conforma su primer grupo. Después de estudiar en el conservatorio de la Universidad Nacional de Colombia y de realizar varias giras internacionales, en 1982 acompañó a Gabriel García Márquez a recibir el Premio Nobel de literatura en Estocolmo, Suecia. Grabó su primera producción en Francia en el año 1983 .Posteriormente se dedicó a recorrer Europa y a estudiar en la universidad de La Sorbona de París, así como en otras instituciones de Santiago de Cuba y La Habana. En 1991 participó en El Festival Cervantino de Guanajuato y en el festival de música del Caribe en Cancún, ambos en México. Ese año es invitada por WOMAD (World Music Arts and Dance), la fundación de Peter Gabriel, para grabar con el sello Real World el álbum “La Candela Viva” que apareció en el año 1993. En 1992 representa a Colombia en La Feria Mundial realizada en Sevilla, España . En el año 2002 fue nominada al Premio Grammy Latino en la categoría mejor álbum tropical tradicional por Gaitas y Tambores.
FOLKORE COLOMBIANO/LA CUMBIA
Derivada del vocablo africano "Cumbé" que significa jolgorio o fiesta. La cumbia es un ritmo Colombiano por excelencia, cuyo origen parece remontarse alrededor del siglo XVIII, en la costa atlántica de este país, y es el resultado del largo proceso de fusión de tres elementos etnoculturales como son los indígenas, los blancos y los africanos, de los que adopta las gaitas, las maracas y los tambores.
Su lejano origen se entreteje en la historia latinoamericana cuando una vez agotadas las fuerzas indígenas para los trabajos de explotación de las minas y otras rudas labores, los españoles resuelven importar negros. De la mezcla de esos tambores africanos y la romanza española, nace la cumbia.
En los tiempos de Simón Bolívar (1800), este alegre ritmo caribeño tomó forma en la parte alta del valle del río Magdalena, siendo su epicentro la ciudad de El Banco (Magdalena). Sin embargo, el lugar exacto de su origen, es hoy aún tema de polémica, pues como lo dice la canción YO ME LLAMO CUMBIA: , “Yo nací en las bellas playas Caribes de mi país; soy Barranquillera, Cartagenera, yo soy de ahí; soy de Santa Marta, soy Monteriana pero eso sí: ¡yo soy colombiana, o tierra hermosa donde nací!”
En definitiva, este ritmo creado en el Caribe Colombiano, logra su verdadera difusión en Barranquilla, ciudad porteña situada en la desembocadura del río Magdalena, donde cada año se lleva a cabo el célebre carnaval que con diferentes bailes, rinde homenaje a la cumbia.
Siempre imitada y jamas igualada. Considerada por muchos la reina de los ritmos afrocaribeños; combinación de tambores africanos, melodías criollas y danzas indias; la cumbia, es la expresión más pura del mestizaje colombiano.
FOLKLORE COLOMBIANO/ EL BAMBUCO
Género musical Colombiano, catalogado como el más importante de este país, definiendo esta importancia en el hecho de ser reconocido entre los emblemas nacionales. Es un ritmo que trascendió en el ámbito nacional, sin discriminar regiones ni clases; por eso es, sin duda alguna, la máxima expresión del folclore de Colombia. Para algunos historiadores, investigadores y folclorólogos, su origen es africano; para otros Chibcha, y para algunos mas, español. Pero muy por encima de esas teorías, se puede decir con certeza, que el Bambuco cuenta con un estilo propio y completamente colombiano. Este género musical que se expandió desde el suroccidente de Colombia (departamento del Cauca), hacia el sur (Ecuador y Perú) y hacia el nororiente (departamentos de Antioquia, Tolima, Cundinamarca, Boyacá y Santander), logró en menos de 50 años, convertirse en la música y danza nacional, pasando del anonimato de la música rural, a ser considerado símbolo nacional. Pero su crecimiento va mas allá, pues el bambuco llega a Centro América, las Antillas y México, principalmente debido a las giras de Pelón Santamarta por esas tierras, con su dueto “Pelón y Marín”, quien después de varios años de residencia en Yucatán, siembra en los músicos de la península mexicana el interés por nuestro bambuco, logrando el surgimiento de una serie de conocidos bambucos mexicanos, con la forma exacta del colombiano.
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